Si eso, ya no traigas los bocatas

Soy mucho de ir al bar con motivo, con motivo de ver el fútbol, por ejemplo. O porque me sale de los cojones, que también parece un buen motivo. En una de esas, me metí en un bar grande, donde ya había ido varias veces, a ver una eliminatoria de “Xempions”, que acabó mal, pero mal nivel te podrías haber quedado en tu casa leyéndote el libro de Belen Esteban, pero eso no viene a cuento.
Total, al acabar la primera parte, pedimos unos bocatas. En mi caso pido, ojo, un bocadillo de tortillita de patatas. Ya se que es un bocadillo difícil de preparar, entre que horneas el pan, matas a la gallina para sacarle los huevos de dentro, siembras la patata, prensas el aceite para freírla, etc.
No contento con la prueba que le puse, como ese día estaba quisquilloso, me dije, venga va, pide también una cerveza, a ver como se desenvuelve. Venga, diseña la etiqueta, haz la botella, maltea maltea maltea, bueno, 15 minutos para traer la birra; “Perdona, faltan unos bocadillos”. “Están saliendo”. “¿Están saliendo?”. ¿Qué es eso? ¿Se han ido de parranda? ¿Les has dado 2 euros para que se compren chuches?
Minuto 60 de partido, empiezo a no acordarme de qué cojones había pedido el bocadillo. “Disculpa, faltan unos bocatas”. “Un momento, que estamos a tope”, o alguna mierda parecida. En ese momento, tuve que coger dos sillas más, para mis cojones, se entiende, por lo hinchados que los tenía. Encima, el resultado del partido era óptimo, óptimo para ponerte de mala ostia, claro está.
Miradas de mala ostia con el camarero, partida de poker visual. Más hambre que el ojete de Carmen de Mairena. Llegamos al minuto 85 de partido, Neo-Tokio está a punto de E-X-P-L-O-T-A-R (vamos frikis, mirad la portada de Akira). Llamamos al camarero por su nombre:
-Perdona
-¿Si?
-Si eso, ya no traigas los bocatas
Y sí, efectivamente el volvió a soltar:
-Si ya casi están.


Nadie respondió; de aquel bar solo salieron unos hombres que sabían que nunca volverían.